domingo, 14 de junio de 2009


Una guirnalda de flores amarillas
ciñe su cabeza
de largo pelo oscuro y ondulado.
Gasas y sedas tiernas y transparentes
envuelven su cuerpo,
mármol tostado,
mármol sin mácula.

Con sus pies descalzos
sube, sinuosa, al otero
donde se alzan las tres columnas de alabastro.
Danza, gira,
ríe hermosa,
ríe como las vírgenes que se saben piel y sangre.

Baja columpiándose de la ladera.
Sus pechos saltan,
inhumanamente tersos.
La juventud, luz desbordando sus ojos.

Un caballo blanco y alado
la espera en la orilla del mar.
Sube a horcajadas
y el caballo tiembla,
se intimida.
Con el roce de sus velos
presiente a la diosa-hembra
que cabalga dominante,
siente el fuego de la hembra-diosa.
Hembra, juventud y mármol.

La vida es brisa, la brisa de ese mar,
el sol meciéndose en el otero,
el aire transparente y mullido,
el cosquilleo en el pecho de la virgen que se reconoce impura.

1 comentario:

jimarino dijo...

Llevo meses siguiendo tus poemas. Mi silencio bloguero me ha hecho callarme algún tiempo, pero ya no puedo más. Tus poemas son tan hermosos y extraordinarios que se me despegan los labios. Esta mañana de madrugada he viajado a hasta este espacio idílico. Veía con los ojos enrojecidos de deseo el paso descalzo, sinuoso, de esa juventud despojada. El cabalgar de la Diosa-hembra casi me hace arrodillarme como si estuviera ante una oración sagrada. Supongo que la diferencia entre la buena y la mala poesía no se encuentra en el hecho de saber escribir, sino en el contacto de la sintáxis con las palabras sagradas. De alguna forma en tus versos hace tiempo que encuentro el eco de esa palabra primigenia que todos los poetas, casi siempre condenados al fracaso, anhelan, encontrarse con el mundo original, con esa grafía que nos recuerde el origen perdido. Me quedo en esta vida-brisa, en esa desnudez que me ha erizado el alma.
Tienes aquí, aun devoto seguidor.
Un abrazo.