domingo, 25 de abril de 2010

Largamente te sueño,
por mis ríos subterráneos
y por las aristas de mi geografía
con los ojos despiertos
y con los recovecos dormidos
del recuerdo enquistado.

Te sueño en cada paso,
con la luz del alba
y con el color de las tardes.

Te sueño en cada gesto de mi memoria,
en cada gesto veo tu nombre
y con tu nombre
mi saliva se espesa
y se cierra mi garganta.

Tal es el efecto de tu nombre.

A veces te sueño vivo
paseando tu lacerante existencia,
tu esencia de otredad
inalcanzable y despojada.

Muerto te sueño a veces,
como moriste en mi boca
cuando los besos atormentados
me dijeron que habías muerto.

En cada momento te sueño.
Pero no te resucito.
Te prefiero en la certeza de la distancia,
en la necesidad de tu muerte.
Te quiero sabiéndote lejos
sin otra alternativa que el silencio,
sin otra perspectiva que tu sombra,
ajena y extraña.

No te resucito.
No.
Te sueño en la niebla de mis sueños
y en la música que quedó en mis oídos.

Así te sueño.

domingo, 11 de abril de 2010

Arrastrando cadenas andamos,
cadenas de perpetuas condenas
sólo por haber nacido.

Por la boca entreabierta y quieta
resbala una baba que huele a miedo
y a tiempo incontable
y a vómito negro, podrido.

Un dedo insidioso
nos señala,
nos marca con cruz de fuego
y nos llama por nuestros nombres.
Tú. Tú. Tú.
Nunca más. Nunca más. Nunca más.

Una sábana fría,
fría mortaja,
nos cubre mientras andamos
y nuestros huesos se quiebran, helados
y nuestras manos se retuercen, convulsas,
aferradas una a la otra
rezando plegarias a dios sabe qué dioses todopoderosos.

Un latido incesante en las sienes
nos rompe los tímpanos de la vida
y nuestras lenguas se desatan
en palabras que gritan,
en palabras que imploran,
en palabras que mueren siempre en silencio.

Un repentino anhelo de sueño nos invade,
de ese sueño que cierra los ojos
-inconsciencia-
y abre los del olvido.

Arrastrando la cadena perpetua,
condenados a vivir los ciclos
de esa imparable rueda que gira,
tú, tú, tú.
Toda tu culpa es haber nacido.